Tener un hogar es el sueño de todo hombre.
Vivir bajo un techo propio supone una de las satisfacciones más grandes, por
las cuales hay quienes luchan toda su vida. Clemente Mamani era boliviano,
tenía 71 años y vivía con sus mascotas en el número 642 de la Calle Santos
Dumond, perteneciente a la localidad de Ituzaingó.
El 15 de marzo de 2009, Mamani abandonó su
hogar, para dejarle su lugar a Armando
Javier Olson, que le había alquilado la casa mediante un contrato sin firma,
porque el boliviano era analfabeto. La garantía era su huella dactilar.
Los vecinos de Mamani vieron algo extraño en
el nuevo ocupante, y comenzaron a inquietarse. No creían en la validez del
contrato de alquiler, lo que ejerció presión en el inquilino, por lo que decidió
irse en busca de otro lugar.
Su siguiente destino fue la casa del paraguayo
Francisco Rodríguez Ocampo, quien también desapareció de su hogar
repentinamente para que el señor Olson ocupara su vivienda sin mayores
problemas.
Pero el 10 de junio de 2010, las hipótesis de falsedad
que rondaban sobre los alquileres efectuados por Olson, cerraron en una única
conclusión. El cuerpo de Rodríguez Ocampo fue encontrado enterrado en un
descampado de Ituzaingó. Con este hecho, las sospechas sobre lo turbio del
inquilino se volvieron realidad.
La misma suerte corrió Mamani, pero, a falta
de investigaciones pertinentes, sus vecinos indagaron por cuenta propia y 17
días después de que apareciera Rodríguez Ocampo, hallaron su cuerpo asesinado a
puntazos en el mismo terreno.
A partir del accionar de los vecinos, las
investigaciones comenzaron, arrojando la hipótesis de que la víctima permaneció
en cautiverio unos días antes de su muerte, con el fin de lograr que firmara
forzosamente la supuesta cesión de su propiedad.
Luego de su aparición, el cadáver permaneció
durante meses en la Morgue Judicial, aguardando que la familia de la víctima,
residente en Bolivia, pudiera viajar a reconocer a Clemente, que había estado
desaparecido por más de un año.
En ambos asesinatos, el móvil de Olson fue el
mismo: ocupar una vivienda que no le pertenecía. El pasado lunes, en el
Tribunal Oral Criminal Nº 4 de Morón, el fallo de “homicidio calificado por
codicia” correspondiente al asesinato de Mamani, se añadió a la reclusión
perpetua que ya purgaba por la muerte, bajo la misma modalidad, de Rodríguez
Ocampo.
De la suerte de Olson, nada hay para agregar.
Su vida, presa de la codicia, de la ambición,
hoy extiende su pena detrás de las rejas. Quizás, por fin ha conseguido
lo que buscaba: un lugar donde vivir. Y nadie lo va a desalojar de ahí.
Estrategia
y cómplices
Una libreta donde Mamani anotaba las
actividades de sus mascotas reveló que el supuesto alquiler de la vivienda, con
el que la defensa de Olson argumentaba su inocencia, había sido forzado, ya que
se comprobó que la víctima sabía escribir.
La presidenta de la ONG Madres y Familiares de
Víctimas (MAFAVI), Alicia Angiono, asegura que el asesino no actuó solo, sino
que recibió ayuda de otros para realizar la mudanza, quienes además lo
encubrieron en la ocupación de la casa.
¿Discriminación?
Es usual en Argentina la tendencia a la
exclusión hacia los habitantes provenientes de países limítrofes, a quienes se
trata despectivamente, y en ocasiones, con violencia.
Es curioso cómo en ambos crímenes, las
víctimas eran de nacionalidad extranjera, y vivían solos. En el caso de Mamani,
el hecho de que su familia se encontrara en Bolivia, contribuyó al accionar del
asesino.
Estos sucesos podrían disparar una
investigación en torno a la discriminación y xenofobia, que pudieron haber
actuado como móviles del criminal.
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