El domingo es tradicionalmente el día en que
las familias se reúnen para compartir
buenos momentos. Los niños esperan ansiosos el fin de semana para salir a
pasear con sus padres, tíos y abuelos, y nunca falta un plan atractivo para que
ellos disfruten de su día libre.
La tarde comenzó normalmente y Marcelo, de 5
años, esperaba que fueran las cinco para asistir al show infantil que, según
venían anunciando desde hacía días, se realizaría en la Sociedad de Fomento de
Villa Insuperable.
Y como ninguna abuela se niega a cumplir con
lo que su nieto desea, Aída Sosa decidió acompañarlo. Luego de abonar sus
correspondientes diez pesos, y los tres que correspondían a la entrada de su
nieto, ingresaron al salón y se dispusieron a disfrutar del espectáculo que
brindaban algunos actores caracterizados como los del mundo televisivo.
Para sorpresa de Aída, de Marcelito y alrededor
de cien espectadores que habían concurrido al festival, los personajes eran
actores improvisados, cuyo espectáculo no era más que hacer el ridículo,
bailando a destiempo al ritmo de un grabador doméstico.
Luego de unos minutos de show, los ánimos de
domingo por la tarde se transformaron en humores de miércoles impartidos por
los adultos asistentes al lugar que, al tiempo que veían el aburrimiento en los
rostros de sus niños, se volvían indignados por la estafa de la que habían sido
víctimas.
Y
ahora, ¿de qué me disfrazo?
Aída fue la primera en reaccionar. Abandonó su
butaca y se dirigió rabiosa a quien hacía las veces de Piñón Fijo, arrojando su
más visceral crítica. Para su sorpresa, el payaso respondió con un insulto
hacia la abuela que, aún más indignada, vociferó: “¡Me puteó, me puteó!”, lo
que sublevó a los padres de los otros niños.
Furioso, un tío que presenciaba la escena
comenzó a insultarse con el actor, y arrojó el golpe que daría inicio a una
verdadera pelea. El socorro llegó en manos de Barney que, lejos de su actitud
tierna y amigable, enfrentó a trompadas a 30 personas que lo golpearon sin
pausa durante los cinco minutos que duró el altercado.
De pronto, el festival infantil se convirtió
en un improvisado ring, semejante al de “100% lucha”, cuyos involucrados eran
nada menos que los papás del barrio, que arremetieron a piñas y patadas contra los
protagonistas del show, y del fraude.
Pero los niños no permanecieron en sus lugares
observando el bizarro espectáculo protagonizado por sus propios padres, sino
que se ensañaron con el pobre Bob Esponja, que huyó por las calles del barrio
con su disfraz hecho trizas.
Al enterarse de los incidentes, la policía del
lugar envió dos patrulleros que pusieron fin a la contienda. El parte manifestó
que la pelea no había dejado heridos, y nadie fue detenido. Sin embargo, más de
un adulto se retiró del lugar con la piel marcada por algún golpe otorgado por
el dinosaurio, que parecía tener conocimientos en materia de boxeo.
Una vez más, el sol del domingo se apagó. Aída
y su nieto volvieron a casa con un recuerdo más para agregar al baúl. Esa tarde
había sido inesperada, diferente a las demás o, como los actores de aquel
festival, improvisada. Y en el mar de preguntas del que suelen ser acreedores
los niños, seguramente se ha agregado una: ¿Qué hubiese pasado si la abuela no
decía nada?
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