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martes, 18 de septiembre de 2012

El show debe continuar (II)



El domingo es tradicionalmente el día en que las familias se reúnen para  compartir buenos momentos. Los niños esperan ansiosos el fin de semana para salir a pasear con sus padres, tíos y abuelos, y nunca falta un plan atractivo para que ellos disfruten de su día libre.
La tarde comenzó normalmente y Marcelo, de 5 años, esperaba que fueran las cinco para asistir al show infantil que, según venían anunciando desde hacía días, se realizaría en la Sociedad de Fomento de Villa Insuperable.
Y como ninguna abuela se niega a cumplir con lo que su nieto desea, Aída Sosa decidió acompañarlo. Luego de abonar sus correspondientes diez pesos, y los tres que correspondían a la entrada de su nieto, ingresaron al salón y se dispusieron a disfrutar del espectáculo que brindaban algunos actores caracterizados como los del mundo televisivo.
Para sorpresa de Aída, de Marcelito y alrededor de cien espectadores que habían concurrido al festival, los personajes eran actores improvisados, cuyo espectáculo no era más que hacer el ridículo, bailando a destiempo al ritmo de un grabador doméstico.
Luego de unos minutos de show, los ánimos de domingo por la tarde se transformaron en humores de miércoles impartidos por los adultos asistentes al lugar que, al tiempo que veían el aburrimiento en los rostros de sus niños, se volvían indignados por la estafa de la que habían sido víctimas.
Y ahora, ¿de qué me disfrazo?
Aída fue la primera en reaccionar. Abandonó su butaca y se dirigió rabiosa a quien hacía las veces de Piñón Fijo, arrojando su más visceral crítica. Para su sorpresa, el payaso respondió con un insulto hacia la abuela que, aún más indignada, vociferó: “¡Me puteó, me puteó!”, lo que sublevó a los padres de los otros niños.
Furioso, un tío que presenciaba la escena comenzó a insultarse con el actor, y arrojó el golpe que daría inicio a una verdadera pelea. El socorro llegó en manos de Barney que, lejos de su actitud tierna y amigable, enfrentó a trompadas a 30 personas que lo golpearon sin pausa durante los cinco minutos que duró el altercado.
De pronto, el festival infantil se convirtió en un improvisado ring, semejante al de “100% lucha”, cuyos involucrados eran nada menos que los papás del barrio, que arremetieron a piñas y patadas contra los protagonistas del show, y del fraude.
Pero los niños no permanecieron en sus lugares observando el bizarro espectáculo protagonizado por sus propios padres, sino que se ensañaron con el pobre Bob Esponja, que huyó por las calles del barrio con su disfraz hecho trizas.
Al enterarse de los incidentes, la policía del lugar envió dos patrulleros que pusieron fin a la contienda. El parte manifestó que la pelea no había dejado heridos, y nadie fue detenido. Sin embargo, más de un adulto se retiró del lugar con la piel marcada por algún golpe otorgado por el dinosaurio, que parecía tener conocimientos en materia de boxeo.
Una vez más, el sol del domingo se apagó. Aída y su nieto volvieron a casa con un recuerdo más para agregar al baúl. Esa tarde había sido inesperada, diferente a las demás o, como los actores de aquel festival, improvisada. Y en el mar de preguntas del que suelen ser acreedores los niños, seguramente se ha agregado una: ¿Qué hubiese pasado si la abuela no decía nada?

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